Marcia Jacinta Fernández Pizarro
Más buena que el pan
24/06/2020
María Lucinda, Lucita o la Lucy, llegó a la casa de mis abuelos para ayudar a cuidar a Pedro, en los ’90 pero se fue quedando, para cuidar a la abuela y también para hacer aseo en nuestras casas aunque no tenía mucho talento para eso, Alberto solía decir que planchaba con una hoja de repollo; también jardineaba y nos hacía plantitas, sus maceteros siempre traían más de una, cómo el romero que alojaba a una parra, sus dedos eran lo más verdes que haya conocido, todo lo que plantaba brotaba. Era más buena que el pan y con una voluntad de oro -frases que mucha gente dijo y dije de ella, todos estos años-, pero las idas se fueron reduciendo con el tiempo, no así su cantidad de trabajo para poder sostener a su familia, y así lograr aumentar el presupuesto familiar, ya que el sueldo al marido, se le iba en él mismo -maltratador hasta que se hizo viejo y el oficio de panadero le pasó un poco la cuenta, por fin-.

La Lucy siempre fue el sostén de su familia, viviendo desde que salió de la toma, en una casa mínima en la Villa San Luis -una de las tantas poblaciones de block de Santiago- y su vida se fue llenando de familia hijas, hijos, sus parejas, nietos, las vecinas y la iglesia. Mientras ella cruzaba Santiago para trabajar, sus hijos e hijas vivían la vida del barrio y en esas aventuras, una de ellas se hizo adicta a la pasta base y se emparejó con un "malas juntas", pero con su infinita paciencia la atendió, socorrió y se embeleso con su primer nieto, Jordan -aunque ella siempre quiso que se llamará Cristofer-, el regalón.

Triplicó entonces, su empeño por sacarlos adelante, redobló el cuidado para que la hija y el yerno no se robaran las cosas de la casa, paciencia y esfuerzo que a la vuelta de 10 años rindió frutos y ella logró recuperarse, al menos de la adicción. Mientras atendía a los nietos para que tuvieran la educación que ella nunca tuvo, nunca falló a ninguna reunión de apoderados.

Trabajo sin descanso, sin bajar nunca la guardia, y sin dejar de sonreír, a pesar de la diabetes y la falta de cuidado, de estar perdiendo su visión. Si no había dinero, hacia empanadas fritas para venderlas en el block y los días de feria se iba a la cola para vender lo que conseguía, ollas, ropa, adornos, en eso casi todo/as en la familia la ayudamos.

Pero llegó la cuarentena y si se podía iba a la feria para poder tener un poco de dinero o comida, pero en estas últimas semanas sus vecinos y la olla común de la iglesia la socorrían. Ella antes en abril y mayo, se había preocupado por socorrer a la familia de su hermana en La Pintana, pero nunca pudo ir despedirse de ella, tampoco ir a dejar una flor al cementerio, y luego supo que la familia del sur -de esa Araucanía pobre y bajo la sombra de comandos- había enfermado y lloró la muerte de su padre, nuevamente no pudo ir a un funeral de su gente querida; pero la pena tuvo que guardarla, había que atender ahora al marido enfermo y al resto de la familia que se había contagiado porque distancia social y cuarentena, eso quedaba para el mundo que relataban las noticias. Hasta que no dio más y se fue al consultorio, iba apenas, pero ahí no consideraron sus síntomas y la mandaron de vuelta a su casa. Murió ahí, en su casa, por un infarto a causa del Covid-19, para ella no hubo ambulancia, residencia sanitaria, ni atención de primera línea, tampoco habrá en su funeral, músicos o fotógrafos.
A la Lucita, no la mató la pandemia, a ella la mató la pobreza, la mató la falta de dinero y no poder pagar por una atención en una clínica privada, la falta de descanso para poder cuidar de su salud, la mató la desidia de los administradores de las políticas públicas que no saben cómo contar tanta muerte, esos mismos que se ufanan de selfies con unas cuantas cajas míseras y mal repartidas, mientras ellos acompañan sus vídeo-conferencia con paté de jabalí, caviar y mousse de negligencia.

Hasta siempre Lucy, Lucita.

Santiago, 24 de junio de 2020.
Temas:
Nuevas prácticas de resignificación del cotidiano
Palabras clave:
Cuarentena Muerte virus
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