Gabriel Bruna Alarcón
¿Cómo murió mi papá? Una crónica en memoria de Luis Bruna Silva
21/07/2020
Mi papá murió buscando pega. Desde noviembre del año pasado se encontraba cesante. La obra donde trabajaba paralizó su faena como consecuencia del estallido social. Desde Coihueco regresó a Santiago, sosteniendo a su familia con la indemnización recibida. También realizó algunos “pololos” gracias al contacto de familiares y conocidos. Reparó puertas, soldó protecciones, construyó cobertizos, pegó baldosas e hizo innumerables fletes en su camioneta, entre otros trabajos. Aunque estaba acostumbrado a dar órdenes, ningún trabajo le pareció indigno, pero sí estaba cansado. A fines de mayo lo llamaron de una obra en La Granja para ofrecerle el cargo que siempre le acomodó. Visitó la obra en dos ocasiones. Revisó algunos planos, recorrió las instalaciones y conoció a los pocos obreros que trabajaban con sigilo. El sueldo no era equivalente a sus años de experiencia pero, como él decía, “algo es algo”. No alcanzó a firmar el contrato que le prometía algo de estabilidad, ya que un aparente resfrío menor lo postró en su casa en la comuna de El Bosque.

Mi papá murió visitando a sus seres queridos. La búsqueda de trabajo fue la excusa suficiente para tomar once con sus familiares y amigos. Le gustaba llegar sin aviso para incomodar a sus anfitriones. Tenía talento para colocar sobrenombres. En cada visita recordaba con nostalgia sus aventuras de cuando era joven y disfrutaba con los últimos “cahuines” de sus antiguos barrios en La Pintana. Quizás por ello fue difícil detener sus andanzas. Cuando salía, mi mamá lo obligaba a usar una de las mascarillas que ella misma confeccionaba en su máquina de coser y, cuando regresaba, lo enviaba a la ducha apenas ingresaba a la casa. Así estuvo por un buen tiempo, no dimensionando los riesgos de la peste. Incluso se jactaba de la suerte que tenía cuando nadie lo fiscalizaba sin siquiera haber sacado un permiso temporal. Su opinión de la pandemia era semejante a lo que veía en la televisión, responsabilizando a los “chinos” por sus comidas exóticas y confiando en las medidas y mensajes del gobierno.

Mi papá murió en su casa. A inicios de junio presentó los primeros síntomas. Dolor de cabeza, tos, fatiga y algo de escalofríos. Por un acuerdo tácito con su familia, se aisló en una pieza del primero piso porque estaba cerca del baño. Allí padeció su resfrío con buen ánimo hasta que acudió al consultorio más cercano, el sábado 6 de junio, junto con su esposa e hija mayor. Después de mucho esperar, le dijeron que estaba bien. No tenía fiebre y sus pulmones no estaban comprometidos. De todos modos, le hicieron el famoso examen PCR y lo mandaron para la casa con unas cuantas pastillas. El martes siguiente lo llamaron por teléfono para confirmar su sospecha; había dado positivo. A mi mamá también le confirmaron su contagio y, por defecto, mis hermanos estaban en la misma condición, aunque no presentaban mayores molestias. La noticia trajo consigo la cuarentena obligatoria para toda mi familia. Para mi papá, la noticia fue su sentencia. Su salud se deterioró rápidamente. Solo tomaba líquidos y algunas aspirinas para el dolor. De vez en cuando comía una rebanada de pan de molde o alguna jalea. No podía dormir bien, ya que sus pulmones comenzaron a fallar y sufría con la visita de personas en sus sueños que lo invitaban a comer. La intensidad de su voz se desvaneció lentamente y su respiración se aceleró con los días. También comenzó a sangrar por la nariz, pero él pensaba que era una herida causada por la varilla del examen PCR. Su corpulencia desapareció, así como las fuerzas de sus piernas. El martes 16 de junio detectamos su baja saturación de oxígeno en la sangre, gracias a un oxímetro que nos pudimos conseguir. Su rango de saturación oscilaba entre el 60 y el 40%. Estaba agonizando.

Mi papá murió en el hospital. Ese mismo martes, una ambulancia se lo llevó. Se despidió de su familia en pijama, portando solo una frazada y su celular. Mi papá nunca estuvo hospitalizado en su vida. La primera vez fue también la última. Tampoco tuvo enfermedades de base. En los días siguientes, los doctores de turno nos informaron que mi papá yacía en el box 18 de la sala de urgencias del hospital, a la espera de una cama UCI que nunca llegó. También nos advirtieron de su grave estado de salud producto de una neumonía y de una trombosis pulmonar. Los médicos nos dijeron que probaron con él todo tipo de ventilación, incluyendo el último recurso: la ventilación invasiva bajo sedación. El miércoles 17 de junio a las 05:10 de la mañana me envió su última “selfie”. Fue su despedida estando aún consciente.

Mi papá murió el viernes 19 de junio a las 01:50 de la madrugada. Su entierro fue al día siguiente en un pequeño y enlodado cementerio de San Bernardo. Aquel camposanto parecía más bien una zona de trincheras, por la gran cantidad de sepulturas abiertas o a medio tapar. Asistieron exactamente 20 personas y la ceremonia de despedida no duró más de 15 minutos. Cada 20 de junio celebrábamos conjuntamente su cumpleaños y el Día del Padre. Hubiese cumplido 56 años.
Martes 23 de junio del 2020.
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