En la parte alta de mi closet, en lo que llaman maletero pero donde nunca hay una maleta sino aquello que uno guarda a la espera de volver a usar algún día que nunca llega, permanecía un cajón repleto de sobrecitos coloridos y cajitas con nombres como Kodak, Fuji, Agfa, Moretto o Loben. También había unas especies de libritos pequeños con hojas de plástico y un sinnúmero de piezas sueltas.

Contenían fotografías sacadas con la cámara análoga marca Zénith de fabricación rusa que había comprado en los 80´s y también había otras de variada procedencia. Encontré cientos de fotos; de mí y mis hermanos, de mis padres que ya no están, de nuestro matrimonio y pololeo, de mis hijos en todas las etapas de sus vidas, cumpleaños, graduaciones y veraneos. Figuraban en ellas todos los perros, caballos y mascotas que hemos tenido. También las casas en las que hemos vivido. Había allí un resumen gráfico de nuestras vidas.

También las había de mis antepasados en colores sepia con elegantes sellos de las casas fotográficas del S.XIX, Heffer, Leblanc, Díaz & Spencer. Trajes y peinados románticos, caras melancólicas y escenografías palaciegas.

Me había propuesto como tarea para mi vejez escanearlas y ordenarlas, atendido a que uno nunca asume que llegará esa etapa. En vedad tenía pavor de acometer dicha labor porque cada vez que alguien necesitaba o quería ver alguna de esas fotos la sacaba de su sobre y la volvía a poner pero en cualquiera de ellos de modo que la mayoría estaba en completo desorden.

Me di a la tarea de escanearlas durante esta larga cuarentena y una a una desfilaron frente a mis ojos, pasaron por mis manos y por la máquina mágica que las preservará como archivos que ahora podré compartir con un click del teclado.

Me faltará cuarentena para organizar esos archivos en unidades lógicas que den cuenta de la historia visual de nuestra familia…. Pero eso lo dejaré para mi vejez, antes eso sí de que mi memoria no sea capaz de reconstruir la memoria.